Cada oveja con su pareja

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A la Ñora siempre le ha gustado leer. Desde que era una pálida ampollita de ocho años y evitaba a toda costa la clase de deportes,  se escabullía a la biblioteca argumentando un pie torcido o un terrible dolor de estómago, para así alejarse de sus atléticas y temerarias compañeras jugando a los quemados.

La bibliotecaria, una decimonónica y poco sonriente monja sin mayor aspiración que el timbre de la salida, le recomendaba títulos como “Un capitán de quince años” o “Viaje al centro de la Tierra” que, si bien a la pequeña Ñora  le llamaban la atención, lo que más disfrutaba leer, una y otra vez, era la colección completa de los “Cuentos de Polidoro” que, sin saberlo, sembrarían su futuro amor por la Literatura.

Vestida de nostalgia, la Ñora se fue al Centro de la Ciudad a buscar en las librerías de viejo la colección de Polidoro que tanto había disfrutado de niña.

Para su sorpresa, encontró muchos ejemplares de los pequeños libritos, por lo que se sentó en una cafetería a leer, acariciando emocionada los cuentos como el más preciado tesoro, y recordando ese olor que descubrió por primera vez en la biblioteca de su escuela.

Mientras leía, la Ñora veía pasar por la calle extraños personajes, más coloridos y fantásticos aún que los de sus cuentos. Una mujer más pequeña que Pulgarcita sentada en los hombros de un Gigante. Otro que, como el Emperador, caminaba tan desnudo como orgulloso.  Chicas (¿o chicos?) vestidos como pequeños Soldaditos de plomo, Genios maravillosos, Sirenas y Unicornios. Pensó que ya lo había visto todo hasta que  pasó un Minotauro detrás de un señor disfrazado de Frida Kahlo.

– ¿Otro café? – le preguntó la mesera pintada de arco iris.

La Ñora regresó a la lectura después de pedir un frapuchino con leche de soya

– ¿Creen que este es el mundo? — les preguntaba la Mamá Pata a los patitos recién nacidos –.  El mundo se extiende mucho más, al otro lado del jardín.  Pero, como ocurre a veces, uno de los patos era grande y feo. ¡Ni su mamá lo quería! – la Ñora leía como si fuera la primera vez, recordando lo que sintió sentada en la biblioteca imaginando a ese Patito feo, despreciado por  un gato por no poder ronronear como él  -. No importa que te quedes con nosotros mientras no te cases con una patita de nuestra familia – dijeron los patos silvestres al Patito feo, leyó la Ñora mirando por la ventana a la Princesa Leia de la mano de la Mujer maravilla.

– ¡El nuevo es el más hermoso! ¡Es tan joven y gallardo! Y los viejos Cisnes le hicieron una reverencia – la Ñora terminó el cuento al mismo tiempo que su café.

Salió a la calle donde el desfile estaba en su apogeo. Se unió a la marcha un poco apenada por verse tan común, sin ningún tipo de maquillaje o disfraz como todos los demás. Por un momento se sintió como el patito feo, descolorida ante tanta diversidad.

Qué bonito sería, pensó la Ñora, que el Patito hubiera sido feliz con sus hermanos, a pesar de ser tan diferente. Tuvo sin embargo que buscar otros seres iguales a él para sentirse aceptado, muy lejos del lugar donde nació.

Pero eso, pensó la Ñora perdiéndose entre la muchedumbre, sería otro cuento.

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De golondrinos y otras bolas

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La Ñora siempre ha sido muy sana, a pesar de haber sufrido, aunque sea sólo por unos minutos, las más extrañas y peligrosas enfermedades.

Por ejemplo, al caerse patinando a los ocho años, aseguraba que se le reventó un aneurisma. Aunque sorprendida por el precoz conocimiento cardiovascular de su hija, doña Carmela la tiró, por primera vez, de a loca, ante la perpleja sorpresa de la pequeña Ñora, quien  poco a poco reconoció que el moretón de su rodilla no iba a recorrer sus arterias para alojarse en la mitad de su cerebro.

La hepatitis,  la apendicitis y la pancreatitis eran cosa de todos los días. Una migraña palidecía frente a los dolores de cabeza de los domingos por la noche, mientras que los parásitos intestinales la visitaban el resto de la semana. Las alergias y ronchas acompañaron a la Ñora en sus años de infancia, y el acné de la pubertad fue tomado por ella como una escarlatina de tardía aparición. La dermatóloga le mandó una pomada.

Al cumplir quince años, el librero de la Ñora estaba lleno de revistas juveniles y novelas  de Corín Tellado, acompañadas por un enorme vademécum farmacológico y el diccionario  médico de la Revista Selecciones, así como la colección completa del Dr. Kildare, que la Ñora leía cada vez que le atacaban las paperas.

Aunque han pasado ya muchos años de infructuosas visitas a médicos de las más extrañas especialidades, y de la recolección de muestras de todos los fluidos corporales conocidos, y a pesar de que todos le aseguran que goza de perfecta salud, la Ñora empezó hoy con “un dolor”.

  • Dile a Jaca que te haga un tecito – le dice el Gordo disimulando un suspiro de impaciencia.
  • Ya me tomé dos de boldo, uno de hierbabuena y hasta el serena-té, para que no me digan que es nervioso pero ¡nada!
  • ¿Dónde te duele? – dijo el Gordo sin disimular el suspiro, dejando a un lado su periódico y acercándose a la Ñora que pujaba de dolor.
  • Es aquí – dijo ella, señalando un lugar entre el ombligo y la rodilla – como que punza, tiembla y en ratos arde y me corre hacia la espalda.

El Gordo le enseñó a la Ñora cómo apagar su nuevo celular, y le aconsejó que, por ser el modelo más grande y moderno, no le convenía guardarlo en el bolsillo pequeño del pantalón.

De todas maneras la Ñora fue al doctor, quien le recetó unas vitaminas para la memoria y le recomendó una resonancia magnética, “sólo para estar seguros”, dijo.

  • Nada más acuérdese de dejar fuera el celular – agregó disimulando una risita.

La hora de la jefa

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A la Ñora nunca le ha gustado levantarse temprano.

Cuando era niña, doña Carmela hacía uso de todas sus estrategias maternas para levantarla. Empezaba con un dulce “buenos días, niña mía” acompañado con un delicado beso en la mejilla para, segundos después,  destapar con maestría y de un solo manotazo las cortinas y las cobijas de la Ñora quien, deslumbrada y con taquicardia, no tenía más remedio que pararse y tender la cama casi al mismo tiempo, al ritmo marcial de los gritos de su mamá.

Por eso, para  el Día de la Madre, lo único que la Ñora ha pedido siempre como regalo, desde que fue bendecida con la dulce dicha de la maternidad, es poder levantarse después de las once de la mañana, placer culposo que se reserva para las ñoras viudas o las que decidieron, con pleno uso de sus facultades, privarse de uno de los placeres que viene con la alegría de dar vida a otro ser humano: madrugar.

— Lo mío lo mío, no es el amanecer – dice la Ñora poniéndose su crema de noche, y mandando a su hija a dormir.

Además, hoy toca práctica de canalización de energía tántrica que incluye, ahora sí, la presencia del Gordo, por lo que mañana seguramente estarán desvelados.

Pero la Nena, que es muy buena hija, quiere sorprender a la Ñora con una serenata tradicional, así que citó a a la rondalla antes del primer rayo de sol.

Más tarde, la Nena pensó que la serenata se había adelantado, hasta que entendió que el «ommmm» sostenido que escuchaba no era precisamente el sonido del acordeón.

Lo que extrañamos las mujeres

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Al regresar del aeropuerto, y después de una noche intensa  ayudando a la Nena a empacar, la Ñora se miró al espejo. Vio sus ojos enrojecidos, al igual que su nariz, que no dejaba de escurrir.

Se tomó una píldora y durmió toda la mañana.

Cuando despertó, y después de limpiarse las lagañas,  entró al cuarto de la Nena.

Caminó recorriendo cada esquina de la habitación, mirando pensativa las paredes rosadas.

Abrió las puertas del armario, que todavía guardaba el olor del perfume de su hija. Revisó cada uno de los cajones, pensando, soñando e imaginando el paso siguiente.

Por último entró al baño de la Nena, y pasó largo rato mirando el espejo brillante, pero anticuado, y pensó que era una metáfora de su vida.

Tiró varios frascos de crema vacíos, y encontró las tijeritas que le había prestado meses atrás y que su hija aseguraba que le había devuelto. Sonrió mientras estornudaba y se secaba la nariz.

La Nena se llevó hasta el último pasador.

Se asomó debajo de la cama y sacó varios calcetines sin par, y algunas revistas.

Se limpió las lágrimas y llamó a Jacaranda, quien llegó pronto con el trapeador.

-Jaca – le dijo -,  aspira bien este cuarto que está lleno de polvo y se me soltó una alergia de los mil diablos. ¡Cómo se ve que la Nena nunca te dejaba entrar a limpiar!

Y tomándose otra píldora para la alergia, una que no la dejara dormida por seis horas, la Ñora se fue por la Tota.

Más tarde, agotadas pero felices, la Ñora y la Tota admiraron su obra: coloridos cojines de tamaños y colores diferentes sustituyeron la cama de la Nena. Las paredes, antes tupidas de pósters de grupos musicales juveniles y percheros con moños y collares, ahora estaban completamente blancas. Sólo un solitario pizarrón y un enorme cuadro con lo que parecían ser posturas del Kamasutra, realizadas por personajes de Mafalda, cubrían ahora la recién pintada habitación

Después la quitaron, pues no les pareció apropiada, y la suplieron por otra igual, pero con figuritas en blanco y negro.

Como la Ñora no dejaba de estornudar, decidieron continuar al día siguiente con la preparación de lo que habían planeado durante meses: “Curso de sexualidad y sensualidad para mujeres del siglo XXI”.

También pensaron en cambiarle el nombre, pero eso sería después, cuando consiguieran al maestro.

La Ñora se despidió de la Tota y, después de tomarse otra píldora para la alergia, le marcó  a la Nena pues, al parecer, extraña mucho a su mamá.

La triste dicha de la maternidad

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Cuando la Ñora supo que iba a ser madre se llenó de alegría. En esa época todavía no existía Facebook, así que la Ñora sólo pudo mostrar las fotos de su ultrasonido a sus amigas, a su familia, y a todo aquél que pasara frente a ella.
– ¡Es niño! – decía orgullosa mostrando una foto que parecía el negativo de primer plano de la foto del bebé de Rosemary, pero aún así ella aseguraba distinguir en el producto diez dedos y un “pirrín”.
Como todas sus amigas, se inscribió en el curso para tener al bebé en agua, el del Parto sin dolor y el  de Parto indígena (que es un curso donde te enseñan a tener al bebé colgada de un árbol mientras tu marido se coloca debajo listo para cachar al bebé), pero la Ñora, asustadísima, pensaba que pasar a un humano por el orificio del útero era como meter un embutido a través de una manguera, así que, después de tanto aprendizaje, terminó convencida de querer una cesárea con la mayor cantidad de anestesia posible, y ver a su bebé después de una larguísima siesta, ya limpiecito y oliendo a jabón.
Sin embargo, llegado el momento y veintiocho horas después de romper fuentes, la Ñora besó la frente húmeda y peluda de la Nena.
-Eres la cosa más fea que he visto en mi vida – pensaba sin para de llorar.
Después de cuatro meses, y como seguía llorando, el Gordo llevó a la Ñora al doctor.
– Es depresión post-parto – diagnosticó recetando a la Ñora ( y de paso al Gordo, que ya se había contagiado).
Al oír eso, la Ñora se sintió muy feliz, y es que había escuchado que Brooke Shields había padecido de lo mismo, así que decidió sacarle jugo a su depresión.
Creó un grupo de apoyo para recién paridas depresivas, donde todas tejían cobijitas y lloraban mientras los bebés descansaban plácidamente en los brazos de sus niñeras.

Señora señoñora Ñora

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A la Ñora, la verdad, le gusta mucho la canción de Denisse de Kalafe y, como toda buena hija, quisiera cantársela a su mamá en el Día de la Madre, pero pues de plano no puede. Y es que la mamá de la Ñora nunca le dio su espacio, pues le tenía prohibido poner un pie en la sala de visitas o en el comedor, y menos aún en la cocina (su mamá  le cuidaba mucho el peso), así que la Ñora sólo podía estar en su recámara sin hacer ruido y sin comer. Y ni pensar en que la mamá de la Ñora arruinara sus uñas peleando con quién sabe quién, ni que fuera la mamá de Lucerito, decía. Y mucho menos aún eso de cargar en su vientre ni qué ocho cuartos, ella siempre andaba bien fajada y en coche, lo de cansarse es para las vacas, decía siempre su mamá.
Y, aunque a la Ñora le gusta mucho la poesía, si le llegara con unos versos, mínimo se gana un cachetadón por cursi (por eso, decía siempre la Señora, a mí no me inviten a sus festivales, a llorar cuando me muera). Y luego, con eso de “yo no soy tu amiguita pa que me hables así”, pues de gaviota mejor ni hablamos.
Y ya de plano, ni rosa ni margarita. La mamá de la Ñora se llama Azucena y, como odia las flores, todos le dicen Doña María, nomás porque le gusta mucho el mole (y porque se le da la gana, contesta siempre a quien se atreva a preguntar).
Así que hoy, en el Día de la Madre, la Ñora se conforma con llevar a su mamá al casino, porque lo que sea de cada quien, es una mujer muy afortunada, dice siempre Doña María gastándose sus ganancias en unos zapatos y una blusa para la Ñora. Porque eso sí, nadie consiente a la Ñora como su mamá.

En los zapatos de otras

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Hoy es el Día de la mujer, y la Ñora se siente especialmente afortunada.
Y es que ser mujer le parece maravilloso. Eso de poder usar faja para verse más delgada, los tacones para estilizar la figura y lucir alta y espigada y ¡el maquillaje! Nada como la magia de borrar las imperfecciones de los cachetes, agrandar las pestañas y ocultar las ojeras como unas buenas sombras y correctores de excelente calidad. Sí. La Ñora es una mujer plena y feliz.
Sin embargo, algo nubla su alegría.
Se ha enterado de que hay mujeres en el mundo que no son tan afortunadas como ella. Que se tienen que conformar con usar batones coloridos y andar de cara lavada porque no tienen acceso a las mismas oportunidades que ella.
Hay incluso, piensa conmovida, ñoras que tienen que tomar agua simple porque no pueden conseguir los refrescos dietéticos que a ella tanto le gustan y le ayudan a mantener su dieta y, el colmo de la desdicha, hay mujeres que no se sienten cómodas con el cuerpo que les tocó y hacen todo lo posible por transformarse en ¡hombres!
– Señora Ñora – la interrumpe de pronto Jacaranda-. Acá está su café. Le planché su vestido y ya casi termino de lavar el coche.

– Gracias, Jaca – contesta la Ñora limándose las uñas-. ¡Ay, Jacaranda! ¡Feliz día de la mujer!

La Ñora se levanta y le da un apretado abrazo a una Jacaranda desconcertada pero agradecida.

– El mundo sería un lugar oscuro y triste si no existieran las mujeres – le dice la Ñora dando un sorbito a su café – ¡qué privilegiadas somos, Jaca!

Y dándole indicaciones a Jacaranda para el resto del día, la Ñora se fue a celebrar su día.

Ya casi se pone buena

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Y no es que se ponga más guapa, ya de suyo lo es.
Es porque desde hace unos días, la Ñora deambula entre los pasadizos de la fiebre y la aflicción. Los fluídos impiden que vea el mundo tal cual es, y el Gordo ha tenido que mudar su residencia al cuarto de Jacaranda que, de plano, abandonó el barco antes de ver hundido a su capitán.

Desde su cama, la Ñora contempla dos pájaros azules que todos los días vienen a ver si las ciruelas ya han madurado.
– Todavía no llega la primavera – piensa la Ñora, observando la partida de las majestuosas aves, ignorantes del peligro al que acaban de ser sometidas.
Sus horas transcurren entre pañuelos y anís, pero lo que la Ñora más teme es la llegada de la noche. Se agita su respiración.
Casi no salen palabras de sus labios y su cabeza, afiebrada y confusa, sólo puede pensar en dormir y así acallar el inútil sufrimiento.
Su mayor temor es morir así, sin glamour, como una pequeña ave.

– ¿Te pongo vick? – le pregunta el Gordo esa noche, dándole su medicina. Si tan sólo fuera poeta…

Qué poco elegante es la gripa de los pollos.

Noche de Epifanía

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La Ñora ama la Navidad, la fiesta de Fin de Año y hasta la comida de Hanukka (porque es una ñora multicultural), pero lo que de verdad la emociona es la Noche de los Reyes Magos.
Desde niña, y a pesar de que a ella los Reyes sólo le traían calzones y agua de colonia Sanborns, la Ñora disfruta de la magia de los Santos Reyes, así que decidió que para la Nena esas noches serían algo más que la renovación de su ropa interior.
Desde llenar la casa de cubetas de agua para los animales, hasta preparar dulces mexicanos para honrar la llegada de Melchor, Gaspar y Baltazar, la Nena disfrutaba junto con la Ñora de los preparativos para recibir a los Magos, y al día siguiente encontrar junto a su zapato todos los juguetes que a ella le negaba el odioso Santa Claus, a quien la Ñora encomendaba la entrega de la ropa y los útiles artículos de higiene.
Pero de unos años acá, desde que la Nena perdió la inocencia (sólo en cuanto a los Reyes, se tranquiliza), la Ñora se duerme temprano el 5 de enero, deprimida y llena de nostalgia, y de rosca y champurrado de fresa.
Sin embargo, este año se sintió inspirada. Recordando esos días de decepción, cuando la única sorpresa de las mañanas de enero era la catafixia de Chabelo, la Ñora decidió que haría algo espectacular para sorprender a la Nena y al Gordo, y así evocar un poco de la magia perdida de los años infantiles de su hija.
Con Jacaranda como cómplice, la Ñora se fue al mercado de Sonora y compró todo lo necesario para la sorpresa. Esperó paciente hasta que la Nena y el Gordo roncaban por igual, y se levantó a preparar todo para el amanecer.
Pero la sorpresa fue para el médico de guardia del hospital, cuando el Gordo llevó de emergencia a la Ñora a punto de sufrir un choque anafiláctico.
Con ayuda de una enfermera, el doctor tardó varias horas en despegar el chapopote de la cara de la Ñora, y no pudieron evitar usar un poco de gasolina.

– No sabía que mi esposa es alérgica al incienso – dijo el Gordo preocupado.

– No sabemos si fue eso, o el parásito de algún animal – contestó el doctor, disimulando una risita.

Jacaranda y su novio se encargaron de devolver los disfraces y limpiar el lodo de la entrada de la casa, así como de llenar la fuente y poner los regalos en su lugar.

La multa la pagó el Gordo furioso, mientras se llevaban al elefante y al camello al zoológico de la ciudad.

– El hermano del señor Vázquez me dijo que era legal – lloriqueaba la Ñora, sopeando un trocito de rosca en su taza de chocolate.

 

A la vejez, viruelas

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Y no es metáfora. La Ñora no está hoy para sutilezas poéticas. Se llenó de ronchas.

Se fue tempranito a ver a Paul a la farmacia (Pablo es el dependiente de la farmacia que suministra a la Ñora de sus drogas legales cuando no consigue receta, por lo que han entablado una sana amistad. Tiene carrera trunca de veterinaria cursada en la universidad del estado de California, pero mejor se vino a México a poner una farmacia. Ahora todos le dicen Paul)

— Es sarampión o rubéola pero no te preocupes mi Ñora, acá va la solución.

Paul puso sobre el mostrador varias cajas de medicinas y un bote de Caladryl.

— Te tomas una cada cuatro horas de cada caja y te embarras la pomada, y mañana me contarás.

La Ñora regresó a su casa y siguió las indicaciones de Paul. Tomó las medicinas y untó la pomada en todo su cuerpo. Prendió la tele y se durmió toda la tarde, confiada en que el tratamiento haría su magia durante la siesta.

El Gordo llegó de trabajar al atardecer y quiso sorprender a la Ñora con un beso, pero al sentir su pegajosa mejilla dio tal grito que Jacaranda pensó que la Ñora había encontrado otra vez una cucaracha.

— Se ve que estás mejorcita, ya tuviste ánimo para una mascarilla — dijo el Gordo limpiándose los labios.

La Ñora pasó varias horas en la tina tallando su cuerpo para desprender la rosada pomada. Lo bueno es que también se desprendió parte de la dermis, y con ella las odiosas ronchas, por lo que al día siguiente pudo salir de su casa sin temor a contagiar a nadie. Por lo menos de manera visible.

— Creo que ya la venden en gel — le dijo Paul apenado esa tarde cuando la Ñora regresó por una mascarilla hidratante.