Archivos Mensuales: junio 2017

Cada oveja con su pareja

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A la Ñora siempre le ha gustado leer. Desde que era una pálida ampollita de ocho años y evitaba a toda costa la clase de deportes,  se escabullía a la biblioteca argumentando un pie torcido o un terrible dolor de estómago, para así alejarse de sus atléticas y temerarias compañeras jugando a los quemados.

La bibliotecaria, una decimonónica y poco sonriente monja sin mayor aspiración que el timbre de la salida, le recomendaba títulos como “Un capitán de quince años” o “Viaje al centro de la Tierra” que, si bien a la pequeña Ñora  le llamaban la atención, lo que más disfrutaba leer, una y otra vez, era la colección completa de los “Cuentos de Polidoro” que, sin saberlo, sembrarían su futuro amor por la Literatura.

Vestida de nostalgia, la Ñora se fue al Centro de la Ciudad a buscar en las librerías de viejo la colección de Polidoro que tanto había disfrutado de niña.

Para su sorpresa, encontró muchos ejemplares de los pequeños libritos, por lo que se sentó en una cafetería a leer, acariciando emocionada los cuentos como el más preciado tesoro, y recordando ese olor que descubrió por primera vez en la biblioteca de su escuela.

Mientras leía, la Ñora veía pasar por la calle extraños personajes, más coloridos y fantásticos aún que los de sus cuentos. Una mujer más pequeña que Pulgarcita sentada en los hombros de un Gigante. Otro que, como el Emperador, caminaba tan desnudo como orgulloso.  Chicas (¿o chicos?) vestidos como pequeños Soldaditos de plomo, Genios maravillosos, Sirenas y Unicornios. Pensó que ya lo había visto todo hasta que  pasó un Minotauro detrás de un señor disfrazado de Frida Kahlo.

– ¿Otro café? – le preguntó la mesera pintada de arco iris.

La Ñora regresó a la lectura después de pedir un frapuchino con leche de soya

– ¿Creen que este es el mundo? — les preguntaba la Mamá Pata a los patitos recién nacidos –.  El mundo se extiende mucho más, al otro lado del jardín.  Pero, como ocurre a veces, uno de los patos era grande y feo. ¡Ni su mamá lo quería! – la Ñora leía como si fuera la primera vez, recordando lo que sintió sentada en la biblioteca imaginando a ese Patito feo, despreciado por  un gato por no poder ronronear como él  -. No importa que te quedes con nosotros mientras no te cases con una patita de nuestra familia – dijeron los patos silvestres al Patito feo, leyó la Ñora mirando por la ventana a la Princesa Leia de la mano de la Mujer maravilla.

– ¡El nuevo es el más hermoso! ¡Es tan joven y gallardo! Y los viejos Cisnes le hicieron una reverencia – la Ñora terminó el cuento al mismo tiempo que su café.

Salió a la calle donde el desfile estaba en su apogeo. Se unió a la marcha un poco apenada por verse tan común, sin ningún tipo de maquillaje o disfraz como todos los demás. Por un momento se sintió como el patito feo, descolorida ante tanta diversidad.

Qué bonito sería, pensó la Ñora, que el Patito hubiera sido feliz con sus hermanos, a pesar de ser tan diferente. Tuvo sin embargo que buscar otros seres iguales a él para sentirse aceptado, muy lejos del lugar donde nació.

Pero eso, pensó la Ñora perdiéndose entre la muchedumbre, sería otro cuento.

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De golondrinos y otras bolas

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La Ñora siempre ha sido muy sana, a pesar de haber sufrido, aunque sea sólo por unos minutos, las más extrañas y peligrosas enfermedades.

Por ejemplo, al caerse patinando a los ocho años, aseguraba que se le reventó un aneurisma. Aunque sorprendida por el precoz conocimiento cardiovascular de su hija, doña Carmela la tiró, por primera vez, de a loca, ante la perpleja sorpresa de la pequeña Ñora, quien  poco a poco reconoció que el moretón de su rodilla no iba a recorrer sus arterias para alojarse en la mitad de su cerebro.

La hepatitis,  la apendicitis y la pancreatitis eran cosa de todos los días. Una migraña palidecía frente a los dolores de cabeza de los domingos por la noche, mientras que los parásitos intestinales la visitaban el resto de la semana. Las alergias y ronchas acompañaron a la Ñora en sus años de infancia, y el acné de la pubertad fue tomado por ella como una escarlatina de tardía aparición. La dermatóloga le mandó una pomada.

Al cumplir quince años, el librero de la Ñora estaba lleno de revistas juveniles y novelas  de Corín Tellado, acompañadas por un enorme vademécum farmacológico y el diccionario  médico de la Revista Selecciones, así como la colección completa del Dr. Kildare, que la Ñora leía cada vez que le atacaban las paperas.

Aunque han pasado ya muchos años de infructuosas visitas a médicos de las más extrañas especialidades, y de la recolección de muestras de todos los fluidos corporales conocidos, y a pesar de que todos le aseguran que goza de perfecta salud, la Ñora empezó hoy con “un dolor”.

  • Dile a Jaca que te haga un tecito – le dice el Gordo disimulando un suspiro de impaciencia.
  • Ya me tomé dos de boldo, uno de hierbabuena y hasta el serena-té, para que no me digan que es nervioso pero ¡nada!
  • ¿Dónde te duele? – dijo el Gordo sin disimular el suspiro, dejando a un lado su periódico y acercándose a la Ñora que pujaba de dolor.
  • Es aquí – dijo ella, señalando un lugar entre el ombligo y la rodilla – como que punza, tiembla y en ratos arde y me corre hacia la espalda.

El Gordo le enseñó a la Ñora cómo apagar su nuevo celular, y le aconsejó que, por ser el modelo más grande y moderno, no le convenía guardarlo en el bolsillo pequeño del pantalón.

De todas maneras la Ñora fue al doctor, quien le recetó unas vitaminas para la memoria y le recomendó una resonancia magnética, “sólo para estar seguros”, dijo.

  • Nada más acuérdese de dejar fuera el celular – agregó disimulando una risita.