Archivos Mensuales: octubre 2013

Mejor sola que mal aseñorada

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«Una ñora soltera es como un refresco de cola sin etiqueta: tienes que probarla»

Eso se dice una ñora frente al espejo, lista para su primera aparición como ñora-divorciada-buscapareja-ya. Desde la firma, ha pasado a formar parte de ese gremio siempre en crecimiento donde conviven una legión de ñoras desbrujuladas, ávidas de una segunda oportunidad en el amor.

La flamante ñora en proceso de reintegrarse a la soltería, se acerca al espejo para retirarse rápidamente sobresaltada, hasta lograr una distancia prudente que muestre sólo lo necesario para re-conocerse. Felicitándose por su ingenio (que atribuye a  su nuevo estado civil) la ñora alimenta su propia metáfora: «¿Cuál será la mejor etiqueta para mi?»

Definitivamente, lo primero es eliminar el gas.  Uno de los problemas de las ñoras de cierta edad, sobre todo después de un proceso estresante, es la inevitable colitis. La inflamación, aunque inspiradora de imágenes como la de una graciosa y curvilínea botella de Jarritos, no es muy favorecedora para lograr una figura atractiva, así que lo primero en la lista de reetiquetado es la Ranitidina. Bien dicen que lo bueno empieza desde el interior.

«Mmmmm» murmura la ñora subiendo y bajando la mirada hasta detenerse a la altura de las caderas. Definitivamente, la etiqueta será ancha.

LLega a la cita. Se distribuye.  La rodean. Admiran su etiqueta, la leen. Puede ser de consumo familiar. No retornable. No desechable. Con la cantidad justa de dulzura. Calma la sed. Basta probarla para constatar su frescura.

Beben, beben, beben hasta la última gota, y entonces sólo queda el envase transparente. Revelada su esencia, vuelve a su lugar, vacía.

De vuelta frente al espejo, la ñora se recicla. 

«Una ñora soltera es como un papalote suelto al viento: libre»

Renovada su metáfora, la ñora se acuesta a dormir.

 

 

 

 

 

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No estoy a dieta, estoy aprendiendo a comer

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Así es, piensa la ñora saliendo del nutriólogo. Se acabaron las ensaladas aburridas y el conteo de calorías. No más tortilla de nopal y leche desgrasada. ¡Adiós a la toronja, el apio y la pechuga de pavo! ¡VOY A APRENDER A COMER!

Su primera lección es comerse una torta de tamal. Nunca la ha probado por estar a dieta, por lo tanto es momento de asimilar todo acerca de la guajolota.

Con cuidado, la ñora desprende el papel de estraza que cubre la torta, rodea con ambas manos el bolillo mientras abre la boca como nunca pensó que se pudiera, para después introducir la primera mitad y engullirla sin prisa, masticando y saboreando la textura.

Ese mismo día, por la tarde, la ñora recibe su segunda lección. En el café con las ñoras del bordado, renuncia a la jícama y el pepino, tan recurridos cuando está a dieta, y se sirve un enorme trozo de pastel de tres leches con helado, acompañado de un capuchino y una coca (esa sí light, sólo por su sabor).

El fin de semana las lecciones continúan con tres órdenes de tacos al pastor y una gringa, una malteada de mamey con avena y pasas (que es muy saludable) y para cerrar el domingo en la plaza, unas gorditas de chicharrón prensado, acompañadas de un boing de mango pa que amarre.

El lunes, día de empezar dieta, la ñora se propone aprender a no hacerlo desayunando un omelette (NO de puras claras NI de queso panela) sino de gruyere con salmón, bañado en  salsa bechamel, y una concha con nata.

La semana culmina con una hamburguesa con queso (había olvidado el sabor del tocino con el pan) y, para no atiborrarse de conocimientos y dar tiempo al cuerpo de asimilar lo aprendido, sólo pide  un sunday de chocolate como postre para llevar.

El miércoles vuelve a la consulta con el nutriólogo.

«Subí ¡cuatro kilos!» dice la ñora un poco sorprendida pero feliz, porque su masa muscular aumentó 1% (seguro fueron los taquitos) y el nutriólogo dice que no importan los kilos sino las medidas. Aunque todas aumentaron, la ñora se encogió dos centímetros (parece que la columna se arquea cuando la panza se inflama un poquito) «¡pero disminuí medidas!» exclama la ñora dando saltitos de felicidad.

Después de pagar la consulta, la ñora sale orgullosa y feliz pues no sólo logró su objetivo de aprender a comer, sino que además descubrió multitud de expresiones culinarias de la cultura mexicana, transformándola. Ahora ella misma parece una torta de tamal ambulante pero eso sí, satisfecha y feliz.