Archivos Mensuales: febrero 2019

Ser miembro. ¿O miembra?

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La Ñora siempre ha tenido algún un hobby, pero como últimamente se siente desubicada y sin un sentido de pertenencia, ha decidido que es momento de empezar a buscar uno nuevo.

—Sí, para que te entretengas —le dice el Gordo sin levantar la nariz de la primera plana del periódico, lo que impide que vea la mirada furiosa de la Ñora.

—Pues no es como que necesite entretenerme, es más bien una manera de aprender algo nuevo, de conocer gente, de…

—¡Entretenerte! —repite el Gordo ahora sí mirando la cara de la Ñora —. Bueno, me refiero a que te saque de la rutina del trabajo de la casa —revira como sólo un hombre bien casado sabe hacerlo.

Y es que la Ñora ve con envidia que sus amigas van gustosas a la clase de tejido, al club de lectura de novela erótica, e incluso Conchita va a clase de cocina africana, y ella, aunque es muy entusiasta, hoy sólo tiene tiempo para la casa, pues Jacaranda ha decidido emanciparse y el Gordo cada día está más ocupado con el negocio.

—Podrías empezar a fumar —le dice la Tota.

Y sí, piensa la Ñora. Las que fuman parece que se enteran primero de los mejores chismes. Salen en grupo con esa cara ansiosa de quien lo espera todo, buscando una ventana, una terraza o cuando menos una salida de aire lo suficientemente grande para ventilar el humo y los secretos. Regresan con cara de conocimiento y satisfacción, como quien acaba de descubrir la cura del ébola, pero cuya fórmula aún no puede ser revelada.

—O volverte enóloga, está muy de moda —le dice su prima, pero ella no sabe que aún sobria la Ñora parece que ya se ha empinado una botella de aguardiente, y no quiere saber qué pasaría después de una degustación. Probablemente acabaría perteneciendo a un grupo de AA.

—Me siento tan inadaptada —suspira lavando los trastes, y justo cuando se le rompe el último vaso de la colección, mientras se pone una curita, tiene una epifanía.

—Voy a crear un grupo de Facebook.

—¡Pero ya hay muchos! —le dice la Tota durante la llamada telefónica de la tarde—. El de las diosas, el de las que son mamás, y el de las que no, las de rescate, las fabulosas o las multitarea, las que tienen nombre de tienda de juguetes y las de la clave morse, en fin, mi ñoris, ¡ya estamos saturadas de grupos secretos de mujeres!

—Lo sé —contesta la Ñora con una sonrisa.

A la mañana siguiente la Tota recibe una invitación al nuevo grupo “Ladies feministas”, administrado por la Ñora, así que inmediatamente la llama para felicitarla.

—¡Estoy muy contenta! —le dice su amiga casi gritando de emoción—. En unas cuantas horas ya tengo más de mil solicitudes, y cuatro patrocinadoras de ropa interior sin encaje y zapatos cómodos me están buscando para ofrecerme un trato.

Sin embargo, días después la Ñora ya no puede más. En revisar nuevas solicitudes se le va la mitad del día. La otra mitad se le va en capotear insultos de las rechazadas, de las que ha aceptado pero no se sienten cómodas, de las que ya dentro del grupo se pelean y no respetan las reglas, de las que ventilan chismes de otros grupos, de las que venden y no entregan o compran y no pagan. De las que rescatan perritos y amenazan a quienes los venden y de los improperios entre quienes solicitan muchacha de planta y las abogadas del CONAPRED.

—¡Ay Gordo! Ya no quiero pertenecer a este grupo —se quejó la Ñora esa noche con los ojos enrojecidos, frente a la pantalla de la computadora.

—Me imagino —contesta él—, ahora sí que estás bien entretenida.

La Ñora prefirió ignorar el comentario burlón de su marido. Canceló las nuevas solicitudes y se dispuso a depurar a las que ya había aceptado. De cualquier manera, no se puede ser parte ser todo, pensó borrando a su suegra de la lista de miembras.