Que era la primera vez que la ñora iba a una cata de chocolates, sí. Que nunca como entonces había odiado tanto el chocolate, sí. Que un trago de mezcal entre cada bombón le supo a baño de sales marinas, sí. Que le salió lo poeta después de seis sabores, sí. Que el engañoso color del chocolate de guayaba le supo a amistades malogradas, sí. Que el mezcal limpiador entre sabores le recordó el poder curativo del olvido, sí. Que la canela y la vainilla son mejores en vaina que en esencia, no sabía. Que el chocolate negro sabe a tierra de otros tiempos, no recordaba. Que los grillos pueden habitar un chocolate con tamarindo, ni siquiera imaginaba. Que primero llega el olor, luego el sabor y al final el dolor, eso esperaba. Que otros no probaban, sino miraban probar, así era. Que chocolates como ñoras que empalagan no son lo que parecen, de eso estaba segura. Que el más dulce chocolate es el del vecino, no necesariamente. Que un chocolate con sabor a pan de azahares es un abrazo, puede ser exagerado. Que al final no hay nada como el agua, eso es seguro.
Que un poco de insulina para limpiar el alma enchocolatada no estaría mal para poder dormir, alejando a las hormigas.