Archivos Mensuales: agosto 2013

De cavidades y otras formas de perder el control

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Una ñora en edad de merecer, y de andar circulando con uno o más críos, aspira a ser la poseedora de una camioneta. La clásica ñoraván es la más popular: cómoda, amplia y redonda. Otras ñoras, las más audaces, optan por las masculinas trocas, fuertes, incómodas y cuadradas. Sea cual sea tu estilo, la camioneta cumple la función de transportar a la ñora y su prole con gran seguridad.

Sin embargo, pocas veces la ñora delega el lugar del conductor, por lo que la posesión de la camioneta le da, además del control sobre espejos, radio y aire acondicionado, el de la cajuelita y demás espacios para café, monedas y barritas nutritivas. La ñora es, pues, ama y señora de su espacio automotriz, mientras los pasajeros niños ocupan sin repelar los asientos posteriores, con su respectivo cinturón y sillita para bebé. Como una enorme gallina, la ñoraván circula orgullosa, pavoneando su cajuela por la ciudad.

Sin embargo, y casi sin darse cuenta, llega el día temido. Los bebés, ahora pubertos reclaman el volante, y poco a poco la ñora se ve desplazada hacia el asiento del copiloto, después al asiento posterior y, finalmente y sin previo aviso, la ñora se muda permanentemente a la tercera línea, y ahí es cuando empieza el calvario.

Si alguna vez has estado en la silla del ginecólogo, podrás imaginar la experiencia de habitar la tercera línea de una ñoraván. Con trabajo alcanzas a ver la cabeza de alguien que lleva el control. A su lado, una persona le ayuda en el camino, facilitándole el trabajo. Se oyen palabras sueltas que de cuando en cuando se dirigen hacia ti, pero sólo logras escucharlas vagamente, y cuando intentas responder, alguien más ha empezado a hablar. La incomodidad crece y no logras estirar las piernas. Tratas de ver hacia adelante pero manos y cabezas te lo impiden. Sientes que te falta el aire pero tu voz parece haberse apagado, y no logras emitir más que un leve gemido. De pronto todo termina y por fin puedes respirar. Acomodas tu ropa que ha quedado toda arrugada y esperas a que tus piernas despierten. Buscas tus zapatos y mientras te incorporas, te atoras en la silla y caes de bruces al piso.

Felizmente sólo es un sueño. Los críos siguen cada uno en su lugar y la cabeceada que diste sólo provocó una carambola de cinco coches. Por suerte estás bien y a tu camioneta no le ha pasado nada, no así al taxi que iba frente a ti, que quedó prácticamente debajo de otra ñoraván, a la que tampoco le pasó nada. 

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Del Facebook, o lo que se ve no se juzga…

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Nada como la ñora que se ficciona en el Facebook.

El exhibicionismo es el placer culposo número uno de las ñoras. Desde que por primera vez usó la falda del uniforme sin shorts abajo, la futura ñora sintió el goce de ir desnuda por el mundo sin que nadie se diera cuenta, excepto en los momentos en que un inesperado vientecillo levantaba su falda, quedando expuestos sus calzones por unos segundos. Ella, con genuina vergüenza, trataba de detenerla entre las piernas,  ocultando al mismo tiempo un brevísimo destello de placer. 

Hoy, las ñoras reproducen el momento gracias a las virtudes del Facebook. Suben fotos donde, como no queriendo la cosa, se revela un vientre plano, una pierna tonificada o el sexy tirante del brassiere, todas cuidadosamente escogidas para que no salga una lonja, una arruga o un estrabismo mal cuidado. 

Sin embargo, nada más genuino que los chones de una ñora juvenil. Hoy, la ñora sólo expone su mejor lado, y así el Facebook se ve invadido de multitud de fotos de las más diversas situaciones, donde todas tienen en común sólo una cosa: la ñora siempre se ve bien

Sin embargo, no falta la amiga envidiosa que te etiqueta en una donde ella sale esplendorosa, mientras tú pareces una marrana parada en medio de la nieve de Lake Tahoe. En mensaje privado, le pides que por favor retire la etiqueta de esa foto.

Al no haber respuesta tratas de quitarla, pero sólo logras que se reproduzca dos veces en tu  muro. Recurres al mensaje público, «amiga, salgo horriiiiiiible, quita esta foto pliiiiiiiis», mientras la otra sigue ignorando el comentario (aunque tú sabes, estás segura que está conectada y que está disfrutando el momento).

Tu último recurso es bloquearla, pero entonces ella no vería tus últimas fotos en la playa con tus amigas del zumba, donde sales muy delgada (porque las demás están hechas unas vacas). Decides olvidarlo y vengarte.

Seguro tienes una. Buscas en el anuario, en las fotos de la graduación, en las de tus quince años, en la primera Comunión de Pedrito, en las de tu cumpleaños y ¡ahí está! En la fiesta de cuarenta años de tu marido encuentras a la traidora abrazándote (porque eso sí, de que es tu mejor amiga lo es) y justo atrás, con la blusa levantada, está la mejor de tus venganzas: el plomerazo. Con habilidad de ñora anticibernética, después de dos horas está ahí, en tu Facebook, la foto delatora.

En menos de tres segundos, en mensaje privado, tu amiga suplica llorosa por el retiro de la foto. Le recuerdas la anterior, la de Lake Tahoe, y ella ofrece quitarla si tú, al mismo tiempo, quitas la de ella. Como buenas mejores amigas cumplen el pacto. Para compensar,  ponen de portada la misma foto de Acapulco, al atardecer junto a la playa, las dos abrazadas y en el mejor ángulo posible, con el título «BFF».

Mañana, en la reunión de tus amigas de la prepa, gritarás al mundo feisbukero lo feliz que estás en el reencuentro de tus excompañeros. Y te vengarás de la que te bajó al novio subiendo su foto empinando una botella de tequila.