En toda colonia habita una de esas ñoras que cuidan las áreas verdes de los suburbios de una ciudad.
Valientes se enfrentan a plagas más temibles que los osos de las praderas, o con raíces destructoras de adoquines que rompen el pavimento con mayor eficacia que una manada de elefantes. Sus gritos ante un perro sin correa estremecerían al mismísimo Tarzán, y ningún niño se atrevería a violar el reglamento de las canchas bajo su estricta mirada.
Seguro te has topado con alguna por ahí. Van armadas de azadones y escobas repartiendo volantes informativos, citando a juntas y recabando firmas.
Su reino se extiende más allá de los límites del pasto y hasta la oficina de la administración, incluso fuera de la caseta de vigilancia, porque ellas lo vigilan todo. Ninguna barda, malla ciclónica envuelta en enredaderas o vidrio polarizado las detiene de descubrir (y reportar) una fuga de agua, o de llamar a la perrera.
Si te topas con una de esas ñoras alfa todoterreno baja la mirada, susurra una disculpa y paga la cuota de mantenimiento. Seguro has hecho algo mal, pero eso solamente ella lo sabe.