Sororidad de cuarentena

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Hace unos días, y como lo hace todos los lunes desde el 9 de marzo, la Ñora izó su bandera feminista.

El día de la memorable marcha a la que asistió liderando a todas sus amigas, no pensó en las repercusiones que tendría al haber participado, junto con cientos de mujeres, en un conglomerado que marcaría su propio destino, y el de todas las asistentes.


En el camión que las llevó al monumento a la Revolución para iniciar el recorrido, la Ñora contrajo una neumonía que la tumbó. Por más que le pidió a la chofera que le bajara al aire acondicionado ésta se negó, alegando que tanta menopáusica luego deja su vehículo con olor a la bella Nefertiti previa  momificación. Las aludidas no se dieron por enteradas, pero agradecieron el gesto solidario. Entonces la Ñora se tuvo que fletar el chiflón, quedando a su pesar, además de delicadita,  como negacionista del bochornoso climaterio.

-Es un estafilococo áureo, es decir dorado, que se le pepenó al pulmón como hongo a la morcilla -el doctor Iturribarría es muy folklórico en sus diagnósticos. Por eso, y por lo guapo, es el médico de cabecera de la familia de la Ñora. Cuando la Nena tuvo parotiditis, el doctor le quitó el dolor a globazos, literalmente. La niña tenía que inflar un globo y luego poncharlo apretándolo con el cachete contra la pared. Gracias al zumbido  que le quedó en el oído, a la Nena se le olvidaron las paperas. 


-Además -continuó el doctor dirigiéndose a la tosijosa Ñora-, debe hacer buches de cocacola poniendo la cabeza para abajo, dejando que un poco del líquido penetre en el pulmón. Cuando se empiece a ahogar, nada más  tosa con fuerza hasta eliminar por completo el refresco a través de abundantes gotículas salivales. Repita varias veces al día.


-Si la cocacola limpia tan bien los excusados, ya me imagino lo brillantes que van a quedar sus pulmones -dijo Jacaranda, percusionando a la Ñora como lo indicó el doctor.  -¡Pajarito, pajarito! -agregó casi gritando muy espantada,  tronando los dedos frente a su patrona para que volviera de los ahogos.

El caso es que desde el 9 de marzo, un día después de la marcha que cambió su vida, la Ñora no sale de su casa. El «Un día sin nosotras» se convirtió en una semana, luego en un mes y después en una protesta de duración indefinida. Por más que la Nena y el Gordo le insisten en que eso ya terminó, en que ahora el mundo es distinto, que lo de hoy es cubrirse la boca y lavarse las manos, la Ñora les dice que no. Que a ella nadie la calla, que ella no es Pilatos para lavarse las manos, que si nos falta una, nos faltan todas.

Tuvieron que llamar otra vez al doctor para bajarle las fiebres y los delirios, y para convencerla de suspender el homenaje semanal feminista hasta que cediera la infección.

La vida es bella

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—Kim, ahora sí creo que el mundo se acaba.

—Ay, Jaca —contesta Kim atragantándose con una galleta María—, ¡estás bien loca! ¡Ya hasta te pareces a tu patrona!

La Kimberly, aprovechando que la señora le está dando clases de defensa personal a sus hijos, dice, se sube a la azotea a platicar de tendedero a tendedero con su querida amiga Jaca. Las dos se instalan en la sombrita de su respectivo tinaco, dispuestas a pasar la tarde y descansar un ratito antes de dar de cenar.

—¡No! ¡De veras, Kim! ¡Se acaba! —responde Jacaranda, chopeando su bolillo en el atole—, si ya hasta el señor dice lo mismo, ¡que el mundo se va a acabar!

—Jacaranda, deja de decir tonterías y cuéntamelo todo.

Kim se empina su cocacola, hace un buchecito para enjuagarse las migajas de galleta que se le quedaron entre los dientes, y se limpia el excedente de los labios con su delantal.

—¿Cómo que clases de defensa personal? Ay Kimberly, tu patrona está re loca también.

—¡Te digo! ¡Todas son iguales! Agarra a sus chamaquitos y los planta frente al espejo del baño, talle y tálleles las manos, los brazos y hasta la carita. A mis pobres niñitos ya se les están borrando las pecas con tanta talliza que les pone su mamá, pa que se defiendan, les dice. ¡Pero no me cambies el tema! —exige de pronto la Kimberly agarrando un cacho del bolillo que Jacaranda había dejado encima de su TvNotas—, ¿por qué anda diciendo tu patrón que se acaba el mundo?

—¡Ay, mi Kim! No le entiendo bien. Me adelantó todo el año de mi sueldo y hasta mi aguinaldo, y me dio a escoger: o tu casa o la mía. Y pues la verdad prefiero la de acá, pero eso sí, no puedo salir ni por aguacates. A veces creo que me tienen secuestrada, pero que seguro a mi jefa no le ha de haber alcanzado para rescatarme.

Las dos amigas se ríen de la ocurrencia mientras la Kim saca un barniz para pintarse las uñas.

—Luego —continúa Jacaranda—, la Ñora no sabe ni en qué día vive. Dice que si no fuera por el pastillero de sus medicinas para cada día de la semana, pensaría que diario es domingo. O miércoles, ya ni sabe, dice.

—Pues el otro día escuché decir a mi patrona que hay que vivir el momento porque esto ya no tiene nombre, o algo así— interrumpe la Kim—. Seguro ha de ser porque, igual que le pasa a la Ñora, ya no sabe cómo se llaman los días.

Jacaranda hizo como que entendió, pero la verdad es que a veces no le entiende nada a la Kimberly.

—Jaca, me dice —continúa Jacaranda—, ayúdame a limpiar la despensa como si no hubiera un mañana, y ahí nos tienes a las dos limpie que limpie, y yo bien espantada pensando eso de que mañana no haya mañana, pero mañana ya es hoy y seguro que el hoy de mañana estará ahí mañana, como cada hoy.

La Kimberly hizo como que entendió también, pero mejor siguió hablando.

—Así es amiga. Y luego con eso de que ahora lo mejor es la convivencia, pues ya no me dejan ver la tele en mi cuarto sola, sino que todos juntos en la sala vemos unas novelas bien peores que las del canal nueve. Me siento como la Yalitza: cuando se pone buena la novela, me mandan por la botana.

—Acá igual —responde Jacaranda comprensiva—. ¡Tráete el tequila y la botana, Jaca, pues a comer y a chupar que el mundo se va a acabar!, me dice el señor, y aunque yo a él lo veo muy contentonte, pues sí me apura eso de que el mundo se acabe.

—Pues ni pienses Jaca, tú hazle igual. Total, si el mundo se acaba, mejor que te agarre borracha.

La Kim, de la risa, se enredó en el tendedero, y salieron volando los calcetines blancos que acababa de colgar. Del tropezón faltó poco para que ella también saliera volando hacia la planta baja, pero se alcanzó a pescar de la antena parabólica que, aunque toda oxidada, le salvó la vida. Ni del susto se les acabaron las carcajadas.

De pronto, se escucha el sonido de  unas campanitas.

—¡Kim!, ¿ya ves? Llegaron los angelitos para llevarnos una por una.

—Ay Jaca, de veras que eres bruta, me están llamando, pérame tantito—, la Kim pega un grito que hizo eco en todas las azoteas de la colonia— ¡ya vooooooy!

Las dos amigas se levantaron listas para regresar a sus casas.

—Es la hora de jugar en la mesa —explica la Kim—, porque a mi patrona le ha dado también por la combebencia, así dice, y a mí me toca preparar las salchichas con limón mientras ella se pone a hacer unos menjurjes que sacude en unos botecitos de metal bien raros.

—¿Y tú también juegas? —pregunta Jacaranda, haciendo una bolita de mijagón con lo que quedó de su bolillo.

—Claro que no, yo acomodo las fichas, les recuerdo cuando es su turno para jugar y les aviso cuando se les esté terminando el tiempo.

— ¿Ya ves que sí se está acabando el mundo?

—Jaca, se me hace que tu patrona ya te contagió lo loquera.

—Sí —responde Jacaranda pensativa —, dicen que es muy contagiosa.

Las dos se despiden estirando los brazos y así se van, como dos súper heroínas, dispuestas a ser rociadas con sendos efluvios alcoholizados para, entonces sí, volver a sus respectivos trabajos y, a su manera, tratar de salvar el mundo. Cuando menos, su mundo.

 

 

 

Todo se regresa

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Eso es lo que pensó la Ñora esa tarde cuando recibió, como regalo de cumpleaños, la misma pashmina que le había regalado a Conchis en el intercambio de Navidad.

—Qué color tan combinable —dijo la Tota extendiéndola—, pensando que tal vez su amiga se la regalaría a ella en el Día de la Amistad.

Y es que el roperazo es una práctica casi tan extendida como el secretito a voces, y casi tan inofensiva como éste. Excepto cuando la pashmina es tan colorida que la compradora original, como la creadora del chismecito, quedan inmediatamente en evidencia, con la consecuente vergüenza de las chismosas, y de las reenvolvedoras de regalos, el roperazo es tan bien tolerado (y hasta procurado en caso de crisis económica) como el inocente chismorreo, que alimenta las a veces insípidas y poco edulcoradas tardes de café.

Como la pashmina ya había dado varias vueltas entre las amigas (incluso hay una foto en la que se ve a Mojiní Tlapihue usándola de turbante en un retiro), a la Ñora no le quedará más remedio que conservarla, o tratar de reinicar el proceso en otro grupo, cuidando que no haya ningúna amiga coincidente para evitar el retorno de la prenda a su lugar original.

—¡Me encanta! —exclamó la Ñora enrollándola alrededor de su cuello. —¡Además se están usando mucho! —concluyó devolviendo la pashmina a su envoltura.

—Hablando de enrollar —dijo Azucena inclinándose hacia el centro de la mesa, señal inequívoca de que se aproximaba un buen chisme—, me enteré de que cancelarán la boda de Paulita, la hija de Laurita, ¡tengan esta viboritas!

—¡No! —gritaron todas al unísono—¿Por?

—Parece que la niña se enteró de que no era la “única” en espera del bodorrio, ¡nada menos que su prima también!

—O sea, ¿la sobrina de Laurita?

—¡Exacto! ¿Se imaginan?

—¡Pobre! —corearon todas, al tiempo que daban sendos tragos a sus tazas de café.

—¡Feliz cumple, mi Ñoris! —la voz de Laurita llegando tarde, como siempre, interrumpió el cotilleo.

—¡Lauris! —corearon las amigas otra vez, recibiendo a la impuntual echándose miraditas de espantada complicidad.

—Te traje un detallito —dijo extendiendo a la festejada una caja envuelta en papel de china blanco.

La Ñora quitó el moño de azares y dejó a la vista un flamante exprimidor de jugos.

—¡Mil gracias amigui! ¡Con la falta que me hacía! —dijo la Ñora, abrazando efusiva a su amiga.

Pasaron el resto de la tarde, como buenas amigas, hablando del clima.

Esa noche, mientras guardaba sus regalos, la Ñora pensaba emocionada y agradecida en lo afortunada que era. No solo tenía las mejores amigas, sino que ahora también ya tenía el regalo de aniversario de su tía Luchi. Después de todo, el exprimidor se lo había ganado en la Venta Nocturna, y solo tendría que cambiar la tarjetita con su nombre que seguía ahí, justo donde ella misma la había puesto, debajo del moño blanco con azahares que, ese sí, compró expresamente para la boda de Paulita.

 

 

 

Mujeres juntas

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Últimamente, Jacaranda piensa que la Ñora está loca.

Ayer, por ejemplo, le pidió que en lugar de limpiar los frijoles uno por uno y enjuagarlos en  agua, los dejara con todo y piedras, porque son “orgánicos”, le cuenta a Kim, su colega de la casa de a lado.

—Luego el señor se atragantó con una y la Ñora se puso a gritarme “¡Jaca! ¡Te dije que al señor le dieras frijoles de lata, no de los orgánicos!” Y yo le entendí que me dijo que no limpiara los frijoles porque es una lata. De la gritoniza me puse morada del coraje —le dice a su amiga enjuagándose una lágima con un kleenex que luego guardó en la manga de su suéter—. A veces me dan ganas de ya decirle a la Ñora que se busque a otra que la aguante.

—Pues deberías —contesta Kimberly, mientras cose un botón—. A mí la mía ya también me tiene cansada. Ayer me puso a subir los dobladillos de todas sus faldas, que para reconquistar al señor porque, dice, le late que le anda pintando el cuerno con una vecina, pero no sabe con cuál —. Kim se arrepintió inmediatamente de su indiscreción y trató de corregir —de antes, vecina de donde vivían antes— y remató el punto cortando el hilo con los dientes.

—Pues será el sereno, pero yo he visto que tu patrona llega rete tarde, a veces después de su marido, ¿no será que la canija es ella?

—No —contesta Kim defendiendo a su patrona— lo que pasa es que está estudiando un diplomado.

—Será a un licenciado —y Jacaranda se ríe de su ocurrencia —, en cambio la Ñora parece cada vez más enamorada del señor, diario me pide que le haga su desayuno desde la noche para que tempranito se vaya bien desayunado a trabajar, dice.

—¿Y por qué desde la noche?

—Pues es que el señor ya sabe que la Ñora se pone de mal humor todo el día si madruga, y ella sabe que yo también, así que mejor nos preocupamos por dejarlo listo desde la noche y todos contentos.

—¡Ay Jaca! ¡De veras te pasas!

Las dos amigas ríen  con sonoras carcajadas hasta que suena la alarma de un celular.

—Ya me voy —dice Kim—, voy recoger al niño de la clase de guitarra y luego me voy a a ver el programa de mi tocaya la Kardashian.

—Yo tambien —contesta Jacaranda susipando —, no vaya ser que la Ñora me busque para que le truene el cuello, porque dice que son buenísimos mis tronidos para quitarle el estrés, ya ves que está re loca.

—Todas son iguales —afirma Kimberly ofreciéndole a Jacaranda  un poco de crema Nivea.

— Sí, todas —contesta Jaca.

Esa noche, mientras prepara los huevos cocidos con mayonesa del señor, Jacaranda piensa en lo afortunada que es. Tiene trabajo, tele en su cuarto y una patrona que casi nunca está, ¿qué mas se puede pedir?

Lo pensó mejor cuando la Ñora le gritó para que la ayudara a desenredarse de su nueva postura de yoga.

Ser miembro. ¿O miembra?

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La Ñora siempre ha tenido algún un hobby, pero como últimamente se siente desubicada y sin un sentido de pertenencia, ha decidido que es momento de empezar a buscar uno nuevo.

—Sí, para que te entretengas —le dice el Gordo sin levantar la nariz de la primera plana del periódico, lo que impide que vea la mirada furiosa de la Ñora.

—Pues no es como que necesite entretenerme, es más bien una manera de aprender algo nuevo, de conocer gente, de…

—¡Entretenerte! —repite el Gordo ahora sí mirando la cara de la Ñora —. Bueno, me refiero a que te saque de la rutina del trabajo de la casa —revira como sólo un hombre bien casado sabe hacerlo.

Y es que la Ñora ve con envidia que sus amigas van gustosas a la clase de tejido, al club de lectura de novela erótica, e incluso Conchita va a clase de cocina africana, y ella, aunque es muy entusiasta, hoy sólo tiene tiempo para la casa, pues Jacaranda ha decidido emanciparse y el Gordo cada día está más ocupado con el negocio.

—Podrías empezar a fumar —le dice la Tota.

Y sí, piensa la Ñora. Las que fuman parece que se enteran primero de los mejores chismes. Salen en grupo con esa cara ansiosa de quien lo espera todo, buscando una ventana, una terraza o cuando menos una salida de aire lo suficientemente grande para ventilar el humo y los secretos. Regresan con cara de conocimiento y satisfacción, como quien acaba de descubrir la cura del ébola, pero cuya fórmula aún no puede ser revelada.

—O volverte enóloga, está muy de moda —le dice su prima, pero ella no sabe que aún sobria la Ñora parece que ya se ha empinado una botella de aguardiente, y no quiere saber qué pasaría después de una degustación. Probablemente acabaría perteneciendo a un grupo de AA.

—Me siento tan inadaptada —suspira lavando los trastes, y justo cuando se le rompe el último vaso de la colección, mientras se pone una curita, tiene una epifanía.

—Voy a crear un grupo de Facebook.

—¡Pero ya hay muchos! —le dice la Tota durante la llamada telefónica de la tarde—. El de las diosas, el de las que son mamás, y el de las que no, las de rescate, las fabulosas o las multitarea, las que tienen nombre de tienda de juguetes y las de la clave morse, en fin, mi ñoris, ¡ya estamos saturadas de grupos secretos de mujeres!

—Lo sé —contesta la Ñora con una sonrisa.

A la mañana siguiente la Tota recibe una invitación al nuevo grupo “Ladies feministas”, administrado por la Ñora, así que inmediatamente la llama para felicitarla.

—¡Estoy muy contenta! —le dice su amiga casi gritando de emoción—. En unas cuantas horas ya tengo más de mil solicitudes, y cuatro patrocinadoras de ropa interior sin encaje y zapatos cómodos me están buscando para ofrecerme un trato.

Sin embargo, días después la Ñora ya no puede más. En revisar nuevas solicitudes se le va la mitad del día. La otra mitad se le va en capotear insultos de las rechazadas, de las que ha aceptado pero no se sienten cómodas, de las que ya dentro del grupo se pelean y no respetan las reglas, de las que ventilan chismes de otros grupos, de las que venden y no entregan o compran y no pagan. De las que rescatan perritos y amenazan a quienes los venden y de los improperios entre quienes solicitan muchacha de planta y las abogadas del CONAPRED.

—¡Ay Gordo! Ya no quiero pertenecer a este grupo —se quejó la Ñora esa noche con los ojos enrojecidos, frente a la pantalla de la computadora.

—Me imagino —contesta él—, ahora sí que estás bien entretenida.

La Ñora prefirió ignorar el comentario burlón de su marido. Canceló las nuevas solicitudes y se dispuso a depurar a las que ya había aceptado. De cualquier manera, no se puede ser parte ser todo, pensó borrando a su suegra de la lista de miembras.

 

 

 

 

 

 

 

Ñora del parque

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En toda colonia habita una de esas ñoras que cuidan las áreas verdes de los suburbios de una ciudad.

Valientes se enfrentan a plagas más temibles que los osos de las praderas, o con raíces destructoras de adoquines que rompen el pavimento con mayor eficacia que una manada de elefantes. Sus gritos ante un perro sin correa estremecerían al mismísimo Tarzán, y ningún niño se atrevería a violar el reglamento de las canchas bajo su estricta mirada.

Seguro te has topado con alguna por ahí. Van armadas de azadones y escobas repartiendo volantes informativos, citando a juntas y recabando firmas.

Su reino se extiende más allá de los límites del pasto y hasta la oficina de la administración, incluso fuera de la caseta de vigilancia, porque ellas lo vigilan todo. Ninguna barda, malla ciclónica envuelta en enredaderas o vidrio polarizado las detiene de descubrir (y reportar) una fuga de agua, o de llamar a la perrera.

Si te topas con una de esas ñoras alfa todoterreno baja la mirada, susurra una disculpa y paga la cuota de mantenimiento. Seguro has hecho algo mal, pero eso solamente ella lo sabe.

 

 

¿De dónde sale tanta bendición?

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A la Ñora siempre le han gustado los niños… en su lugar.

Y es que aunque la Nena es la más grande bendición que pudo imaginar, la Ñora aún recuerda la tortura que sufría cuando la mandaban a cuidar a sus primitos y a hacerla de nana y maestra de todos los chiquillos del vecindario. A pesar de que cuidaba amorosamente a sus muñecas y soñaba con bebés,  la Ñora no se considera a sí misma una especial admiradora de la niñez.

Por eso hoy que  se fue sola al cine  (como hace siempre que anda depre), y se instaló en el VIP sillón con una enorme bolsa de palomitas, una coca y dos cajitas de pons pons, no puede creer que justo frente  a ella aparezca de pronto media docena de niños ruidosos y armados con sus respectivas bolsas de palomitas también. Brincando entre las butacas buscando su lugar, los pequeños engendros hacían desfiguros y un bullicio digno de un zoológico, mientras sus respectivas progenitoras brillaban por su ausencia.

La Ñora revisó su boleto y comprobó que estaba en la sala correcta, y entre una lluvia de gomitas de colores se dispuso a abandonar el lugar, invocando silenciosamente al buen Herodes.

– Niños, esta no es su película -dijo una voz de maestra deprimida -y del mismo modo en que llegaron, la marabunta abandonó el lugar dejando a la Ñora nuevamente sola frente a la pantalla.

Aliviada y feliz, antes de  que se apagaran las luces la Ñora empezó a llorar, y es que nada como una película de vampiros para curar la depresión.

Pronto tuvo que parar pues ella también se equivocó de sala, y al finalizar los cortos comenzó una película sueca de producción independiente nominada a los premios de cine mudo en blanco y negro. De cualquier manera funcionó, porque la Ñora aprovechó para echarse una siesta.

Soñó que tenía muchos nietos con pelo rojo y modales de tractor.

 

¿Todo pasa?

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Últimamente a la Ñora no le ha ido nada bien.

A la estilista se le pasó la mano. Le dejó el pelo demasiado corto, demasiado güero y demasiado chino. Además la dejó en quiebra, y ya no le alcanzó para el tratamiento y el manicure, así que salió del salón furiosa y condenada a comer molletes  el resto de la semana.

Jacaranda se fue a las fiestas del pueblo, así que ha tenido que chachearle con intensidad, por lo que no ha podido ir a ninguna de sus actividades de rutina, menos aún ver a sus clientes. En la inmobiliaria ya están pensando que la Ñora no quiere trabajar, aunque ella les dice que trabaja todo el día, pero en su casa. Parece que no le creen.

Para colmo, ya casi cerraba una venta y una ingrata colega le robó al cliente (otra vez), y como si fuera poco le va a caer de visita doña Carmela.

– Aplica la resiliencia, tan de moda – le dice la Tota esa tarde en el café, mientras la Ñora le contaba sus penas.

Como a la Ñora no le gusta reconocer cuando no entiende, se va a googlear la palabrita al baño:

“La resiliencia es la capacidad que tiene una persona de recuperarse frente a la adversidad para seguir proyectando el futuro”.

– Sí mi Tota – le dice después con aire conocedor – todo pasa, y esto también pasará.

– No pasó su tarjeta – le dice el mesero.

– Yo invito –  dice la Tota, sacando su cartera.

Emparedada

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Hoy la Ñora se sintió muy orgullosa de ser mujer.

Y es que rodeada de mujeres chambeadoras, salidoras, desayunadoras  y exploradoras urbanas, llegó a la nueva gasolinera que tiene la cualidad de ser operada al cien por ciento por mujeres.

Con su habitual pericia conduciendo su ñoraván, la Ñora se dispuso a pasar entre dos autos, siempre guiada por una uniformada “viene-viene” quien, luciendo una perfecta manicura, se esmeraba por ser la afortunada despachadora del probable llenado de tanque del camionetón.

Sin embargo, ninguna  se percató de otra despachadora que, en un nada femenino movimiento, estaba montada en el cofre limpiando el parabrisas de un auto conducido por una godiñora, quien probablemente aprovechaba la hora del lunch para cargar gasolina a  su Tsuru,

Mientras la Ñora seguía con atención el movimiento cadencioso de la “viene-viene», la limpia-parabrisas, con nula agilidad, brincó entre los dos coches, quedando inmediatamente prensada entre la ñoraván y el Tsuru, abollando la salpicadera de este último y dislocando su cadera, provocando un griterío de ñoras de distintos tamaños y estratos sociales con una sola preocupación: llamar de inmediato a sus maridos.

La Ñora, entre tanta angustia, se sintió feliz, ya que nunca había visto tanta ñora empoderada.

– Mi marido es abogado – decía la del Tsuru, que se sintió agraviada al ser ignorada por la Ñora.

– Mi marido es policía – alegó la «viene-viene», preocupada por su responsabilidad en el atropello.

– Mi marido es narco – decía entre lágrimas la atropellada, tratando de intimidar.

– Mi marido es ajustador – aseguró una espontánea, que nunca faltan.

– Mi ex marido es  hojalatero – murmuró una deprimida que pasaba por ahí.

Tomándose un tafilito, la Ñora se sentó a esperar al Gordo, mientras otra valiente le llenaba el tanque de gasolina a su camioneta.

– Mi marido ya viene a pagar – le dijo  cuando terminó, aprovechando la vuelta del Gordo y planeando con el ahorro comprarse una bolsa, para el susto.

De la buena, ni tan buena

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La Ñora siempre ha sido muy envidiosa.

Y es que siempre hay una así. Esas ñoras que van por la vida luciendo sus virtudes infinitas y sus uñas de colores diferentes cada una. Esas que presumen maridos infalibles, divorcios ejemplares o amantes discretos pero bien dotados. Que llevan sus cuerpos, sus zapatos y sus niños con igual orgullo y presunción.

Las envidiosas simulan alegría ante la suerte de las otras. Algunas se hacen las sordas mientras otras, con experta hipocresía, se congratulan con insólita sonrisa ante, por ejemplo, los diez kilos menos de la vecina.

Las hay que en verdad quisieran alegrarse del  viaje de la comadre, pero como de plano no pueden, inventan una disentería amibiana para no ir al open house de sus mil fotos en bikini por las playas de Tailandia.

Hay quien disimula la envidia aceptándola de manera descarada:  amigui, te tengo envidia pero no de la buena, de la más maldita y perra. ¡Felicidades por tu estiramiento de papada! – por supuesto que la envidiada no se da por aludida y agradece levantando la barbilla.

Por eso hoy, que es domingo y le toca confesarse, en el desayuno de amigas liberadas la Ñora dice abierta y sin tapujos:

– Soy una envidiosa.

La Tota escupió el nopal con queso panela espantada ante la insesperada declaración. Lupis y Matilde abrieron enormes los ojos desmañanados, mientras Mojiní Tlapihue (antes Sonia, pero se volvió Zen) sólo juntó las manos poniendo los ojos en blanco.

 -Por lo menos es un pecado venial, de los de antes, no como los de ahora tan tecnológicos – dijo la Tota consolando a su amiga.

– ¡Ay Ñoris! – Lupis siempre hablaba en diminutivos -. El primer pasito es reconocerlo y ya lo diste. No como mi cuñis, que no perdona que su hermanito me comprara mi pulsera Pandora y a  ella su marido no le regale ni una de hilitos. Bueno, lo que sea de cada quien mi cuñadita es bien picuda y se puede comprar lo que quiera, ya la hicieron gerenta general (no es por nada pero le quedaron muy bien las nalgas, ejem).

– ¡Ay Lupis, qué bárbara! – rieron todas  brindando con el café -. Yo la verdad trato de no contar nada…, por eso de las envidias. – Aunque luego Matilde les contó, porque entre amigas no hay envidias, que su ex se llevó a los niños, así que podría dormir toda la tarde.

-Tú no eres envidiosa – le dice Mojiní- eres aspiracional.

-No -dijo Lupis – es que tienes baja autoestima porque la Nena te salió brillante.

-Lo que pasa- concluyó la Tota siempre tan comprensiva – es que no eres agradecida con lo que te tocó. Si no tienes para un Brad confórmate con tu Chanoc.

Todas festejaron la ocurrencia.

La Ñora se despidió porque tenía que empacar. No les contó que el Gordo se ganó  un viaje en una rifa, al que él no podía ir, así que se iría sola a viajar por Europa. Pensó invitar a una amiga pero mejor no, y es que la Ñora siempre ha sido así, muy, muy envidiosa.