Noche de Epifanía

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La Ñora ama la Navidad, la fiesta de Fin de Año y hasta la comida de Hanukka (porque es una ñora multicultural), pero lo que de verdad la emociona es la Noche de los Reyes Magos.
Desde niña, y a pesar de que a ella los Reyes sólo le traían calzones y agua de colonia Sanborns, la Ñora disfruta de la magia de los Santos Reyes, así que decidió que para la Nena esas noches serían algo más que la renovación de su ropa interior.
Desde llenar la casa de cubetas de agua para los animales, hasta preparar dulces mexicanos para honrar la llegada de Melchor, Gaspar y Baltazar, la Nena disfrutaba junto con la Ñora de los preparativos para recibir a los Magos, y al día siguiente encontrar junto a su zapato todos los juguetes que a ella le negaba el odioso Santa Claus, a quien la Ñora encomendaba la entrega de la ropa y los útiles artículos de higiene.
Pero de unos años acá, desde que la Nena perdió la inocencia (sólo en cuanto a los Reyes, se tranquiliza), la Ñora se duerme temprano el 5 de enero, deprimida y llena de nostalgia, y de rosca y champurrado de fresa.
Sin embargo, este año se sintió inspirada. Recordando esos días de decepción, cuando la única sorpresa de las mañanas de enero era la catafixia de Chabelo, la Ñora decidió que haría algo espectacular para sorprender a la Nena y al Gordo, y así evocar un poco de la magia perdida de los años infantiles de su hija.
Con Jacaranda como cómplice, la Ñora se fue al mercado de Sonora y compró todo lo necesario para la sorpresa. Esperó paciente hasta que la Nena y el Gordo roncaban por igual, y se levantó a preparar todo para el amanecer.
Pero la sorpresa fue para el médico de guardia del hospital, cuando el Gordo llevó de emergencia a la Ñora a punto de sufrir un choque anafiláctico.
Con ayuda de una enfermera, el doctor tardó varias horas en despegar el chapopote de la cara de la Ñora, y no pudieron evitar usar un poco de gasolina.

– No sabía que mi esposa es alérgica al incienso – dijo el Gordo preocupado.

– No sabemos si fue eso, o el parásito de algún animal – contestó el doctor, disimulando una risita.

Jacaranda y su novio se encargaron de devolver los disfraces y limpiar el lodo de la entrada de la casa, así como de llenar la fuente y poner los regalos en su lugar.

La multa la pagó el Gordo furioso, mientras se llevaban al elefante y al camello al zoológico de la ciudad.

– El hermano del señor Vázquez me dijo que era legal – lloriqueaba la Ñora, sopeando un trocito de rosca en su taza de chocolate.

 

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