Cuando la Ñora supo que iba a ser madre se llenó de alegría. En esa época todavía no existía Facebook, así que la Ñora sólo pudo mostrar las fotos de su ultrasonido a sus amigas, a su familia, y a todo aquél que pasara frente a ella.
– ¡Es niño! – decía orgullosa mostrando una foto que parecía el negativo de primer plano de la foto del bebé de Rosemary, pero aún así ella aseguraba distinguir en el producto diez dedos y un “pirrín”.
Como todas sus amigas, se inscribió en el curso para tener al bebé en agua, el del Parto sin dolor y el de Parto indígena (que es un curso donde te enseñan a tener al bebé colgada de un árbol mientras tu marido se coloca debajo listo para cachar al bebé), pero la Ñora, asustadísima, pensaba que pasar a un humano por el orificio del útero era como meter un embutido a través de una manguera, así que, después de tanto aprendizaje, terminó convencida de querer una cesárea con la mayor cantidad de anestesia posible, y ver a su bebé después de una larguísima siesta, ya limpiecito y oliendo a jabón.
Sin embargo, llegado el momento y veintiocho horas después de romper fuentes, la Ñora besó la frente húmeda y peluda de la Nena.
-Eres la cosa más fea que he visto en mi vida – pensaba sin para de llorar.
Después de cuatro meses, y como seguía llorando, el Gordo llevó a la Ñora al doctor.
– Es depresión post-parto – diagnosticó recetando a la Ñora ( y de paso al Gordo, que ya se había contagiado).
Al oír eso, la Ñora se sintió muy feliz, y es que había escuchado que Brooke Shields había padecido de lo mismo, así que decidió sacarle jugo a su depresión.
Creó un grupo de apoyo para recién paridas depresivas, donde todas tejían cobijitas y lloraban mientras los bebés descansaban plácidamente en los brazos de sus niñeras.
Jun26