Este año a la Ñora le tocó organizar la fiesta, por lo que ha andado muy atareada con los preparativos.
El día del evento, la Ñora está prácticamente agotada, pero feliz, porque todo está ya listo para recibir a los parientes y amigos que se reúnen para recibir el nuevo año.
A la Ñora no le importa que la fiesta sea otra vez en su casa, y no en la de alguna de sus primas, porque ella se siente más a gusto sabiendo que todo está bajo control. Eso de que a última hora falten los hielos (como pasó hace seis años en casa de su prima Teté) o que el mantel no combine con el color de los platos (como en casa de su tío Pipo, que es viudo y se entiende) o como cuando a su hermana se le olvidó comprar pan negro, y sólo hubo algunos bolillos y pan francés, la llena de estrés. A la Ñora le gusta que todo esté perfecto, aunque gaste mucho y se sienta abrumada, pero eso sí, feliz.
Una por una revisa las listas que preparó dos meses antes. La «Lista de invitados» está prácticamente palomeada, aunque nunca falta el sobrino que no llega, o el que llega con su nueva novia, o el que de plano ni confirmó. La «Lista de compras» es la más larga, pero con una sonrisa la Ñora comprueba que cada renglón está acompañado con una palomita. No quiere ni imaginar lo que sufren esas ñoras desorganizadas haciendo compras de último minuto, como su tía Conchis, pero no es momento de criticar a nadie, así que la Ñora se felicita por su espíritu previsor y pasa a la siguiente lista, la más importante, y la que la Ñora disfruta enormemente completar: la «Lista de platillos». Como ella ha preparado toda la comida, está muy tranquila. Eso de estar preocupada por quién va a traer qué o cómo no es para ella. Ya le pasó una vez que su tía Lucha trajo ensalada de pepino en lugar de la tradicional ensalada de manzana (que a la Nena le gusta tanto) y nunca olvidará el guiso de nopales que trajo el primo vegetariano de su marido. No. A la Ñora no le importa empezar a cocinar dos semanas antes con tal de que todo salga bien, justo como a ella le gusta.
La «Lista de pendientes» es la más complicada por la variedad de cosas qué hacer, pero la Ñora ya casi ha terminado. Sólo le falta el centro de mesa y decorar las canastitas que entregará a cada invitado con las doce uvas.
Con los pies hinchados, tres dedos quemados y dolor de la ciática, pero feliz, la Ñora se dispone a disfrutar.
Después de la fiesta y mientras lava los trastes (porque eso de usar desechables sólo su cuñada), la Ñora se promete que el próximo año será otra la que organice la fiesta. Está harta de que nadie la ayude, de tener que ser ella la que haga todo. De que sus parientes se vayan si recoger ni siquiera un tenedor. Ninguna de sus primas notó las miniaturas de azúcar con que adornó cada plato, y sólo la nueva novia de su sobrina la felicitó por numerar las servilletas y las rebanadas de pan.
Con las manos agrietadas, ojeras y cojeando, pero feliz, la Ñora se felicitó una vez más. Como siempre, su fiesta fue todo un éxito.