Señora Ñora, la veo depre, le dijo Jacaranda a la Ñora mientras tomaban su café mañanero. Y es que desde hace unos días anda así, como sin ganas de nada, ni siquiera la jugada de los jueves le hace ilusión. Su hija cada día sale más con los amigos y el Gordo anda muy ocupado con su trabajo, así que entre la clase de yoga y el ocasional desayuno con las amigas, la Ñora no encuentra nada que le cause placer.
De pronto, tuvo una epifanía. Había llegado el momento que toda ñora teme pero que a la vez aspira y desea. El momento en el que una ñora deja su zona de confort, su gasto semanal y la tarjeta de crédito adicional a la de su marido. El momento en que el Nido vacío deja de ser un síndrome y se convierte en la realidad del desempleo. Había llegado el momento de ponerse a trabajar.
La Ñora llamó a la Tota para decirle que había decidido formar parte de su ejército de ñoras vendedoras de casas.
El primer paso para ingresar al mundo laboral (el de afuera, porque en su casa siempre ha trabajado, eso sí), es tener el outfit adecuado, así que la Ñora salió de compras. Con gran fuerza de voluntad, resistió recorrer los pasillos de «Mujer actual» y «Diseñadores» para llegar directo al sobrio y formal departamento de «Mujer ejecutiva», de donde la Ñora salió horas más tarde con varias bolsas y cajas.
Trajes sastres, camisas de botones y zapatos estilo mocasín, forman parte ahora de su closet, y un portafolio masculino completa su nueva imagen. Compró varias mascadas para rodear el asa de su portafolio y darle un toque de color a su look profesional, todo de muy buen gusto, porque antes desempleada que perder el estilo, piensa la Ñora orgullosa probando nuevas combinaciones frente al espejo.
Con su nuevo atuendo, la Ñora saldrá muy temprano dispuesta a comenzar.
Esa noche soñó que comía en una fonda rodeada de Godínez con corbatas manchadas de salsa de chipotle, cosa que tomó como un buen augurio.