¿Quieres jugar a jugar?

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Cuando la Ñora era apenas un capullo de ñora, jugaba con su capullo prima a las Barbies. Ante la escasez de especímenes masculinos, a los que sólo tenían acceso las hijas de ñoras que fayuqueaban  o las que iban de compras a Laredo, la Ñora tenía que conformarse con usar por turnos al Ken propiedad de su prima, musculoso y amiembrado muñeco que no dejaba de sonreír.

Las niñas de hoy no tienen que competir por el amor de Ken, ya que ahora cuentan también con  los fortachones Max Steel de sus hermanos (en aquella época lo más parecido a Ken era el Kid Acero, que le llegaba a la cintura a Barbie, o el Hombre de acción, demasiado avejentado y sin el musculoso torso de Ken).

Al comenzar a florecer, las ñoras en producción diversifican sus juegos, hasta convertirlos en la proyección que cualquier niña un día soñó, jugando tal vez con su prima un sábado por la noche comiendo chocolate Carlos V.

Hoy las ñoras juegan a ser modernas. Se inscriben en redes sociales con entusiasmo de colegialas con chismógrafo nuevo, practican contorsiones imposibles en sesiones de yoga tántrico, y poseer un Ken tamaño natural es como jugar «Serpientes y escaleras» con sus amigas.

Y juegan a ser mamás, recortando niños con moldes para galletas.

Una ñora con atuendo juvenil, con varias décadas bajo el silicón, se niega a comprar un perro a su hijo, que insiste lloriqueando mientras se esfuerza en hacer brotar una lágrima: ”cuando te cases, a ver si te da permiso tu mujer», jugando a capacitar maridos.

El juego de Ken es hacer como que perdió.

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